Capítulo 2 – Madrid

«El Culo que Me Cambió la Vida«


Salí de Insurgentes con el sabor de su saliva en la lengua.
Con el olor de su barba en mis muslos.
Con el corazón acelerado como si hubiera robado algo.
Pero no había robado.
Había recibido.
Un regalo que no sabía que necesitaba.

Durante semanas volví al baño del centro comercial.
Él ya no estaba.
Pero yo sí.
Y cada vez que entraba, sentía que me desnudaba más.
No solo la verga.
La cabeza.
El alma.

Mi esposa me preguntó si estaba bien.
Le dije que el trabajo.
El estrés.
Ella asintió.
Como siempre.

Pero yo ya no era el mismo.
Ya no podía fingir que no sabía lo que me hacía vibrar:
una boca húmeda, una garganta profunda, un hombre que me tragara sin pedir nada a cambio.

Entonces vino el viaje a Madrid.
Fue mi trabajo el que me salvó.
O el que me condenó.
Todavía no lo sé.

Soy arquitecto de interiores. Trabajo para una firma de Ciudad de México que diseña hoteles boutique, spas, residencias de lujo. Hace tres años empezamos a hacer proyectos en Latinoamérica y Europa. Y así fue como llegué a Madrid: por un hotel en Medellín cuya terraza inspiró a un inversor español. Quería algo igual en Chueca.
Me llamaron.
Fui.

No fue la primera vez que viajé por trabajo.
Pero sí la primera vez que fui con una misión secreta:
dejar de fingir, aunque fuera por unas horas.

En México, todo sigue igual.
La rutina es pesada, pero cómoda.
Despierto a las seis, beso a mi esposa, desayuno con mis hijos, reviso correos antes de salir.
Llevo corbata.
Hablo de presupuestos, materiales, planos.
Nadie sospecha que cada noche, después de que todos duermen, miro fotos de hombres desnudos.
Que me masturbo pensando en el tipo del baño en Insurgentes.
Que extraño el olor de su barba, el calor de su boca, el peso de su cuerpo encima del mío.

Pero aquí, en Madrid, soy otro.
No tengo nombre.
No tengo familia.
Solo un pasaporte, una maleta y una erección constante.

Llegué a Madrid un jueves por la tarde, con el traje arrugado y el alma más pesada que la maleta.

Había cerrado una reunión en Cancún con inversores españoles. Proyecto de un spa en Acapulco. Hablamos de iluminación zen, maderas tropicales, paisajismo minimalista. Todo muy profesional. Muy mexicano. Muy heterosexual.

Y mientras firmaba el contrato, pensaba en el tipo del baño en Insurgentes. En cómo su barba me raspó el muslo. En cómo me dijo “córrete” sin abrir la boca, solo con los ojos.

Por eso acepté venir. No por el dinero. Por salir de mí. Por respirar donde no tuviera que fingir que no sé qué es desear a un hombre.


🌆 Chueca: Donde el Sexo Camina por la Calle

Chueca no es un barrio. Es un estado de ánimo. Un latido constante bajo el asfalto.

Salí del hotel —un sitio pequeño cerca de Gran Vía— y caminé sin mapa. Seguí el ruido, las risas, el olor a humo de tabaco y colonia cara. Y ahí estaba: Plaza de Olivos, llena de gente, bares con música a todo volumen, tipos con el torso al aire, parejas besándose como si nadie los viera.

No vi miradas torcidas. No vi policías. Nadie se escandalizó porque dos hombres se agarraran de la mano. Aquí, el cuerpo es normal. El deseo, natural.

En México, si un hombre te mira demasiado tiempo, piensas: ¿Qué quiere? ¿Me está retando?
Aquí, si un hombre te mira, piensas: ¿Quieres coger?

Y eso me desarmó.

Entré a un bar llamado La Máquina. Música deep house, luces bajas, olor a sudor y perfume caro. Pedí un gin-tonic. El bartender me miró y dijo:

—¿Primera vez en Madrid?

—Sí —dije—. ¿Se nota?

—Como si llevaras corbata invisible —sonrió—. Relájate, güey. Aquí no hay jefes ni esposas.

Güey.
Dijo «güey».
Con acento español, pero usó la palabra.
Y me sentí menos extranjero.


🔥 El Desconocido

Estaba apoyado en la barra.
Barba canosa, gris en las sienes, ojos verdes, camisa negra abierta dos botones. No era joven. Tal vez 45. No era modelo. Era un hombre. Real. Con panza suave, manos grandes, voz grave.

Se acercó.
—Mexicano, ¿verdad?

Asentí.

—Te escuché pedir el gin-tonic. Con limón, no con lima. Solo ustedes lo piden así.

Sonreí.
No dije nada.

—¿Buscas algo? —preguntó.

Lo miré.
No mentí.

—Sí.

No dijo más. Pagó sus copas. Me tomó del brazo. Salimos.

Caminamos en silencio. Él hablaba con acento madrileño, rápido, con ese s final casi mudo, esa cadencia que parece burlarse del mundo.

—¿Tienes familia? —me preguntó de repente.

—Sí —dije—. Esposa. Dos hijos.

—Ah —dijo—. Entonces esto no es amor. Es necesidad.

No lo negó. No lo juzgó. Lo nombró.

—Sí —dije—. Necesidad. Como el aire.

Sonrió.

—Entonces vamos. Que no se haga tarde.


💣 El Encuentro

Su departamento estaba cerca del Retiro. Un edificio antiguo, ascensor estrecho, pasillos con olor a humedad y comida. Adentro, todo era blanco: paredes, muebles, sábanas. Excepto la cama. Sábanas negras.

No hablamos mucho.
Me quitó la camisa.
Me besó el cuello.
Las tetillas.
El vello del abdomen.
Yo temblaba.
No de frío.
De miedo.
De excitación.

Me empujó hacia la cama.
Me bajó el pantalón.
Los calzoncillos.
Mi polla ya estaba dura, palpitando.
Él la tomó.
No la chupó.
La olió.
Sonrió.

—Hace tiempo que no follabas con un hombre, ¿verdad?

Negué con la cabeza.

—Desde hace veinte años.

—Entonces déjame hacerte sentir que nunca dejaste de hacerlo.

Me dio vuelta.
Me puso de cuatro.
Me separó las nalgas.
Y sin aviso, me lamió el agujero hasta que gemí como un animal.

Nunca nadie me había tocado ahí. Ni siquiera yo. Pero él lo hizo como si fuera suyo. Con paciencia. Con hambre. Con devoción.

Cuando metió el dedo, grité.
No de dolor.
De liberación.

Y cuando entró con su polla gruesa, larga, caliente…
sentí que todo mi cuerpo se rendía.
No era dominación.
Era entrega.
Total.
Absoluta.

Jodimos toda la noche.
Yo de cuatro, él encima.
Yo boca abajo, él penetrándome lento, profundo.
Yo llorando sin saber por qué.
Él diciéndome: «Sí, cariño. Sí. Eso es tuyo. Todo tuyo.»


🌅 Lo que Quedó

A la mañana siguiente, caminé por el Retiro con las piernas temblando.
Con el culo adolorido.
Con la mente en blanco.
Y por primera vez en 42 años, me sentí completo.

No gay.
No bisexual.
No maricón.
No infiel.
No enfermo.
No loco.

Solo un hombre que por fin dejó de negar lo que necesita:
ser follado por otro hombre.

Regresé a México.
Mi esposa me abrazó.
Los niños me pidieron ayuda con la tarea.
La vida siguió.

Pero yo ya no soy el mismo.
Porque ahora sé que no fue un error en un baño.
Ni una aventura en Madrid.
Fue una revelación.

Y no puedo deshacerla.

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