Era una ocasión particular… recién llegaba de un largo viaje por el extranjero. Tenía casi dos años fuera de México y el hecho de volver a ver a mi gente, comer mi comida y hablar mi idioma sin tener que preocuparme de que comprendieran el sentido de mis palabras o no, me hacia mucha ilusión. La recepción no pudo ser mejor: uno de mis mejores y más queridos amigos esperándome en el aeropuerto de la ciudad de México (mi familia vive lejos de la capital) en una esplendorosa mañana, una exquisita comida aderezada con una excelente conversación, luego un descanso y un baño reparador por la tarde y por la noche una deliciosa reunión con más amigos que casual y sorpresivamente coincidieron ese día en la ciudad, ambientada con cantidad de antojitos, tequila y música con sabor a México… ¿Qué mas se podía pedir después de una larga ausencia?

Todos los presentes me agasajaban, me daban la bienvenida y elogiaban mi saludable aspecto… – ¡Que alto te ves…! ¿Creciste? – ¡Y que delgado… se nota que hacías ejercicio…! –

La verdad es que siempre he sido alto (1.90m), pero la comida sana (cuando había comida) y el ejercicio habían hecho que mi figura se tornara algo atlética y estilizada, por lo tanto mi aspecto era más llamativo, además de que había logrado un bronceado fabuloso… lo que resaltaba mis ojos marrones y mi pelo corto color caoba. Aunque yo nunca me consideré guapo y hasta soy tímido e inseguro en este aspecto, esa noche me sentía grande y poderoso por el cariño, la euforia y la buena vibra que me rodeaban.

La noche transcurría y como es costumbre al calor de las copas y en el afán de la diversión, todo mundo empezó a preguntar: – ¿… Y a dónde vamos? ¿Vamos a bailar? –

Y se decidió que todos iríamos al antro gay de moda entonces y ampliamente reconocido por reunir a la gente mas bonita de la ciudad. Por supuesto, nadie se iba a negar, así que nos montamos en los vehículos y enfilamos al sitio en cuestión.

Al entrar, el lugar era espectacular… un largo pasillo alumbrado por antorchas de verdad, y al final un gran salón en penumbras y sólo iluminado por velas gigantescas en las mesas que se alineaban al lado izquierdo de la enorme pista de baile y por los juegos de luces que se encendían y apagaban al ritmo de la música. En lugares estratégicos de la pista se ubicaban dos altos pedestales en donde hombres y mujeres semidesnudos y de cuerpos esculturales bailaban de tiempo en tiempo. A la derecha de la pista se localizaba la inmensa barra de copas y al fondo remataba con un escenario donde bailaban aquellos que pretendían lucir sus aptitudes dancísticas o donde sin previo aviso se montaban espectaculares y divertidas coreografías con bailarines profesionales. El lado contrario de la pista se vestía con unos cortinajes inmensos de terciopelo que servían para dar acceso a una parte del lugar mas tranquila con una discreta barra y un salón lleno de cómodos sillones ideales para charlar y a una gran escalera metálica que daba al segundo piso, el cual consistía en una estructura de hierro que rodeaba la pista y que daba a todo el conjunto un aspecto monumental.

La gente, ni hablar… había de todo, gays, lesbianas, heteros, famosos y anónimos en un ambiente de lo mas cosmopolita y festivo. Tipos guapísimos y mujeres fenomenales, pero nada para mí. Esa noche no iba en busca de ligue, sino de diversión, convivencia y reencuentro con lo mío. Al principio se podía circular con dificultad, porque estaba hasta el tope, sin embargo, en algún momento se despejó y aproveché para ir por una copa a la barra, cuando lo vi a él entre la multitud… era como una aparición… solitario, sereno y observando fríamente alrededor… prácticamente de mi estatura y rondando mi edad, unos 35 años, vestía jeans ajustados y una playera blanca de manga corta también ajustada, lo que dejaba adivinar un cuerpo firme, bien torneado y ejercitado, de piel blanca. El pelo castaño claro, sus ojos verdes de mirada profunda, la nariz recta, la boca de labios carnosos y la forma cuadrada de su cara armonizaban perfectamente para dar lugar a una rostro de expresión franca y honesta que inexplicablemente me causó conmoción. De momento, no pude hacer mas que quedarme ahí, estático y observándolo detenidamente. Uno que otro tipo se le acercaba con intenciones obvias, pero él simplemente los ignoraba, o si se ponían muy insistentes, se cambiaba de lugar. Al ver esto, perdí el ánimo de intentar cualquier acercamiento… Además de que regularmente yo estaba acostumbrado a ser abordado por quien gustaba de mí(cosa que obviamente no sucedería con este tipo) y a elegir en lugar de yo abordar a alguien… ¿Qué podría tener yo que llamara su atención frente a los guapos que rechazaba? Volví con mis amigos y desde donde yo estaba lo ubiqué y lo seguí observando… algo me atraía irremediablemente a él.

Por fin me decidí. Caminé como si me dirigiera con alguien que estaba detrás y al pasar frente a él nuestras miradas se cruzaron, pero me ignoró soberanamente y a mí casi me da un ataque de nervios. – ¿Qué haré? ¿Qué haré? – pensaba complicadamente.

Decidí tomar el toro por los cuernos y volví a atacar, en la plena conciencia de que mi ego iba a ser muy maltratado por alguien que me gustaba mucho y me acerqué.

– Hola… – Le dije nerviosísimo. El volteó, me miró y respondió (¡!) fríamente: – Buenas noches… -. Me costaba creer que había respondido a mi saludo –. ¿Lo estás pasando bien? – Pregunté esperando que me ignorara como a los demás. – Sí -. Respondió. Comencé a hacerle más preguntas a las que sólo contestaba con monosílabos y sin dejar nada abierto a una conversación por lo que pensé que era bastante insistir de mi parte, decidí arriesgar el todo por el todo y le dije: – ¿Sabes? Me gustas mucho, pero la verdad es que no sé que más preguntarte o decirte o de qué hablar contigo… no sé si te gusta mi compañía o no. No me digas nada… ahora voy al baño y si cuando regrese te encuentro en este mismo sitio, pues querrá decir que estás a gusto conmigo. Si no, pues será obvio que no hay nada que hacer -. El asintió y yo me fui sabiendo que no lo encontraría al volver. Fui a los sanitarios, de regreso pasé a ver como estaban mis amigos y me dirigí al lugar donde había dejado al hombre.

Llegué al sitio acordado y él no estaba ahí. Todo había acabado por esa noche. Resignado, me disponía a volver a donde estaban mis amigos, cuando sentí unos toquecitos en la espalda, giré para ver quien era y… ¡¡Era él!! – Perdona, – me dijo- es que fui por algo de tomar y me distraje… que bueno que te vi antes de que te fueras…- Yo, feliz de la vida, le dije: – Bueno, pues yo soy Jorge y tú ¿Cómo te llamas? – Edgar – Me respondió -. Pues es un placer, Edgar – le dije – ¿Quieres ir a conocer a mis amigos? – No, – Contestó – aquí estoy bien -. ¿Quieres bailar? – No. Aquí estoy bien – ¿Algo de tomar? – No. Así estoy bien -. Como el no hablaba, fui yo quien le conté mi vida y mis peripecias. Ocasionalmente me interrumpía para hacer alguna pregunta u observación hasta que ya no pude decir más. – Bueno, – le dije – ¿Y a qué te dedicas? -. El sonrío por primera vez dejando ver unos dientes perfectos y una expresión cautivadora y respondió – Tú no quieres saber a que me dedico -. Una vez más me encontraba desarmado, desconcertado y ahora intrigado, no había modo de sacar tema de conversación con él, así que lo único que podía proponerle era: – ¿Te gustaría ir a un sitio más cómodo, Edgar? – a lo que contestó – Me parece bien. Vamos – yo no cabía en mi asombro, no aceptaba nada, no hablaba nada, pero si quería irse conmigo… fui a donde mis amigos, les expliqué que me retiraba y me encaminé con Edgar rumbo al departamento en el que me alojaba. Ya en el taxi, lo primero que hizo y que me volvió a sorprender, fue tomarme de la mano y ponerla en su pierna y pasar su brazo derecho por sobre mis hombros mientras el taxista echaba un discurso sobre seguridad y delincuencia en la ciudad que sólo logró ponerme nervioso pensando en como había conocido a Edgar, en lo poco que me había dicho y en lo que podía esperar de él. Comencé a acariciar su pierna y discretamente subí mi mano hasta su entrepierna, donde encontré un agradable bulto que en cuanto lo toqué se puso duro como roca y dispuesto a dar batalla… Edgar me miró y me guiñó un ojo mientras acariciaba mi mano y estrujaba mi hombro.

Finalmente llegamos a casa… me sentía seguro por el hecho de que el conjunto de departamentos contaba con vigilancia y de que entrar era más fácil que salir para un desconocido. Llegamos al departamento, prendí la luz, fuimos a la sala y le ofrecí a Edgar algo de tomar – No, gracias. Así estoy bien -. Respondió. – Ahí vamos otra vez -. Pensé para mis adentros. – ¿Quieres oír un poco de música? – Como quieras -. ¿Quieres platicar aquí o vamos a mi recámara? – Como quieras -. Volvió a responder -.

Por supuesto, decidí que nos encamináramos a la habitación. En cuanto entramos, encendí a media luz, lo tomé de la mano y lo senté junto a mí en el filo de la cama mientras acariciaba sus pierna. –Ayúdame – le dije -, quiero que estés a gusto conmigo y no sé cómo hacerlo… la verdad es que me desconciertas y me excitas mucho a la vez… -. Como respuesta me empujó hacia atrás y me besó apasionadamente mientras se ponía sobre mí. Rodamos sobre la cama. Sus manos se deslizaban por todo mi cuerpo estrujando, acariciando, abrazando, tocando, explorando… yo no pude hacer más que responder a la agresión y lo abracé con fuerza. Sentirlo sobre mi, la presión de su verga dura contra la mía, acariciar su espalda, su trasero y su cabello me habían puesto a cien… sentía que la ropa me estorbaba, que mis sentidos enloquecían de pasión y de lujuria. Se detuvo por un momento y preguntó: – ¿Te llamas Jorge realmente o mientes como todos…?-. Yo no miento – le dije – me llamo Jorge -. Dicho esto, comenzó a repetir mi nombre al oído: – Jorge, Jorge, Jorge… – decía – eres mío esta noche… -. Yo no podía mas… comencé a quitarle la camiseta poco a poco mientras lo besaba y el desabotonaba mi camisa. Descubrí un torso con fino bello del color de su pelo, de piel suave y pezones rosados que al punto me dediqué a mordisquear y a lamer. Al mismo tiempo, él me quitó la camisa y se lanzó a mi cuello, bajando poco a poco hasta alcanzar mis ya duros pezones. Choques eléctricos recorrían mi cuerpo cada vez que Edgar me tocaba o me besaba. Tomamos un pequeño aliento que aproveché para quitarme los pantalones por lo que me tuve que poner de pie, momento que Edgar aprovechó para levantarse y empujarme de frente contra la pared, donde me aprisionó, me hizo abrir las piernas y comenzó a besar mi nuca y mi espalda y a frotar su ardiente cuerpo contra el mío mientras acariciaba mi pecho y él mismo se hacía cargo de la ropa que me quedaba encima… yo me giré y lo besé también con fuerza… bajé poco a poco mis labios por su torso y su abdomen y lo despojé de sus pantalones y sus interiores. Lo que vi enseguida me llevó al límite: unas piernas duras y torneadas, cubiertas de un vello corto y suave como el de su pecho que al acariciarlas me llevaron a unas nalgas firmes y masculinas que estrujé con deseo. Luego pude ver un fascinante pene rosáceo, circunciso, recto, duro, venoso y turgente que remataba con una cabeza suave, rosada y armónica que dejaba ver una gotita de lubricante que escurría lentamente, todo rodeado por una masa de vello que se anunciaba desde el abdomen. Sus testículos eran grandes y velludos también. Tomé todo entre mis manos para sentir y acariciar, pero Edgar me detuvo. – No… todavía no, Jorge -. Me dijo, al tiempo que me hacía incorporarme para seguirme besando y abrazando. Me llevó hacia la cama nuevamente y nos dejamos caer sobre ella, ahora completamente desnudos y ya sin estorbos entre nuestra piel.

El quedó boca arriba y yo recorrí todo su cuerpo con mi ávida lengua… desde su cuello, pasando por sus pezones y su ombligo hasta llegar a su pubis. Besé sus piernas y pasé mi lengua por sus testículos, debajo se ellos y alrededor de su espléndida y rígida verga sin tocarla… mientras acariciaba su cuerpo… el tomó mi cabeza y la guió hacia ese objeto de deseo… lo tomé entre mis manos y posé mis labios sobre su cabeza humedeciéndola luego con mi lengua. Sorpresiva y rápidamente introduje todo lo que pude de su verga en mi boca, lo que le arrancó un intenso gemido de placer. – ¡¡Ooohhh!! ¡¡Sí Jorge… síííí…!! Comencé a mover mi cabeza rítmicamente hacia atrás y adelante chupando ávida pero lentamente mientras él movía su cadera y yo acariciaba su cuerpo. Luego de un momento, tomó nuevamente mi cabeza entre sus manos y me atrajo hacia él para besarme apasionadamente. Me preguntó – ¿Qué quieres hacer, Jorge? – mientras me abrazaba y con una de sus manos buscaba mi verga – que estaba dura como una piedra y ansiosa de caricias – para brindarle atención – Lo que tú quieras – respondí -, tú mandas, Edgar – Al encontrar mi verga y mientras decía esto, la estrujó proporcionándome un intenso placer y luego acarició mis huevos y mis nalgas pasándome la mano por entre las piernas, mientras su boca bajaba por mi pecho y por mi abdomen para detenerse en mi pito. Sentí el delicioso calor de su boca y luego los movimientos de su lengua a lo largo y ancho de mi instrumento, en mis huevos y cerca de mi ano. Yo le pedía más y más. – ¡¡Edgar… que bien lo haces!! ¡Sigue así…! – Ambos nos acomodamos para facilitar el 69 y gozamos de nuestras rígidas vergas al mismo tiempo. Estábamos hambrientos y sedientos de sexo y pasión. Repentinamente, Edgar pasó su cabeza por entre mis piernas y su lengua alcanzó mi culo que respondió al acto con espasmos de placer. Edgar se movió y me acomodó de modo que yo quedara boca abajo para facilitarle lo que estaba haciendo. Yo no lo podía ver, pero sentía su maravillosa lengua dentro de mí y sus manos estrujando mis nalgas y mi espalda. – ¿Te gusta Jorge? – preguntaba con respiración agitada – ¿ Te gusta? – Me encanta… – respondía yo – sigue… -.

Edgar siguió chupando y lamiendo. Yo me giré para que el a su vez pudiera chupar mi verga y así lo hizo, mientras yo acariciaba su pelo y observaba atentamente su rostro mientras mamaba. Se detuvo para besarme y al recorrer su cuerpo nuestras vergas se encontraron. Ambos nos movíamos para frotarlas. Con sus movimientos, Edgar me obligó a abrir mis piernas para colocarse entre ellas, luego tomó mis pantorrillas y las colocó sobre sus hombros, pretendía penetrarme y yo estaba dispuestísimo (he de confesar que a muy pocos les he permito hacerlo porque soy hipersensible, lo que me convierte en semi-virgen), pero consciente del dolor que se avecinaba. Le puse un poco de lubricante y él colocó su enorme verga sobre mi esfínter dispuesto a llegar al fondo del asunto, pero no lo consiguió, pues mis reflejos me hacían contraerme y retraerme. – Tranquilo, Jorge, tranquilo – me dijo mientras me acariciaba y me besaba todo. De nuevo se acercó a mi oído y comenzó a repetir mi nombre sin parar– Jorge, Jorge, Jorge,…- mientras con su dedo trataba de relajar mi ano mientras me besaba. Me hizo girar mi cuerpo hasta que quedé nuevamente boca abajo y su lengua comenzó a hacer de las suyas en mi ahora tímido culo. Me abrió las piernas y se colocó sobre mi. Besaba y lamía mi espalda, mi nuca y mis orejas y comencé a sentir la presión de su dura verga sobre mi esfínter otra vez. El dolor me hacía resistirme, pero a la vez ansiaba tenerlo dentro de mí. Edgar era algo así como el hombre de mis sueños y no quería perder la oportunidad de aprovecharlo al máximo, sin embargo, el dolor era intenso… esto parecía excitarlo y no desistía del ataque, sino más bien trataba de tranquilizarme y mientras yo me retorcía debajo suyo, él utilizaba la fuerza de su cuerpo para mantenerme atrapado, a su merced y para empujar hacia mi interior. Sentía perfectamente a través de mi dolor como los esfínteres cedían ante el paso de la verga de Edgar hasta que llegó al tope y repentinamente el dolor cesó para transformarse en un agradable cosquilleo. Edgar se detuvo y preguntó – ¿Estás bien? ¿Sigo? – Siigueee – le respondí con los ojos entrecerrados y moviendo mis caderas debajo de él. Edgar comenzó a moverse lenta y rítmicamente hacia arriba y hacia abajo mientras besaba mi nuca, acariciaba mi cuerpo y murmuraba en mi oído. Su peso sobre mi era fascinante. Nuestro sudor se mezclaba y el calor de su cuerpo me traspasaba, tal como su pito lo hacía con mis entrañas. Yo besaba y acariciaba sus brazos que me rodeaban. Nos pusimos de costado mientras yo me movía a su ritmo y apretaba para aumentar su placer y a la vez él alcanzaba mi dura verga para masturbarme. Alcancé sus huevos y sentí como su miembro se perdía en mi interior a cada embestida. Poco a poco el ritmo de sus movimientos fue aumentado, él se abrazaba cada vez más fuerte a mi y su jadeo en mis oídos era tan excitante como enloquecedor. – ¡Me voy a veniiiir, no aguanto máas…! – anuncié mientras detenía su mano para retrasar mi eyaculación y esperar a suya-. Sin embargo, no se detuvo y aumentó el bombeo mientras apretaba aún más mi verga, y en cuanto sintió que salía mi primer chorro de leche, en medio de un gemido de placer debido a mis contracciones por reflejo, expulsó la suya en mi interior. ¡Que sensación la de terminar juntos…!

Permanecimos un largo y delicioso rato en esa posición. Él sobre mi, con su verga dentro y la mano en la mía, besando mi cuello mientras yo a la vez disfrutaba de su abrazo y besaba su mano libre, que quedaba frente a mi cara, hasta que solita su verga se salió de mi ano. Le quité el condón, lo anudé, lo dejé sobre el buró y nos fuimos a dar un baño juntos besándonos, lavándonos el uno al otro y disfrutando de nuestros cuerpos.

Cuando regresamos de la regadera me preguntó si podía quedarse conmigo el resto de la noche. Sólo lo abracé, lo acosté y comencé a besarlo, pero me detuvo. – Me tengo que levantar muy temprano y necesito descansar. – Me dijo en su tono acostumbrado, pero me abrazo, me dio un tierno beso, pegó su cuerpo al mío, puso su mano en mi verga desnuda y ahora semi erecta, apoyó su cabeza en mi pecho y se quedó dormido. Yo por mi parte no quería ni moverme. Se sentía tan bien tener a un hombre así a mi lado… ¡Que ganas de detener el tiempo!

Cuando estuvo profundamente dormido, lo acomodé para poder levantarme al baño y al volver, vi su ropa sobre una silla. No pude resistir la curiosidad de saber algo más sobre Edgar y aún no sé si fue lo correcto, pero con muchos nervios de que despertara y me descubriera, comencé a revisar  los bolsillos de sus jeans, encontré su billetera y adentro una placa metálica, la cual saqué para ver. Tenía el águila de la bandera mexicana como fondo, el nombre completo de Edgar, un rango militar y la leyenda “adscrito al Estado Mayor Presidencial”. ¡Oh sorpresa! ¡Estaba con guardia del presidente! Por supuesto, con esto entendí lo parco de su trato, me sorprendí y me excité muchísimo más. Me cercioré de que no me estuviera observando, acomodé todo como estaba, regresé a la cama y cuando sintió mi cuerpo cerca volvió a abrazarme y a poner su mano sobre mi verga que ahora estaba erectísima y contenta, pero sólo me masturbó un poco y siguió dormido pegadito a mi. Poco a poco controlé mi deseo y me dispuse a dormir en grata compañía.

No sé cuanto tiempo transcurrió desde que Edgar y yo salimos del antro hasta que cerré mis ojos a su lado, pero sentí cuando se movió para levantarse y ya había luz de día. Me miró con sus ojos adormilados. – Me tengo que ir porque se me hace tarde. Vamos a bañarnos.- me dijo. Me levanté y juntos fuimos a la regadera. Entro y se recargó frente a la pared con la cabeza debajo del chorro del agua. Lo abracé por detrás y comencé a enjabonarlo mientras mi verga ya dura se refugiaba entre sus nalgas respingonas y  redondas, y mi mano se paseaba desde sus ahí hasta su verga turgente y sus huevos húmedos. No pude evitar besar su cuello y bajar por su espalda hasta bajar por su espalda y encontrar con mi lengua el agujero de su culo, estrecho y dispuesto a recibir más, pues en cuanto sintió lo que hacía abrió las piernas y se acomodó para facilitar mis acciones. Lo lamí y chupe con gran placer mientras masturbaba su dura y gruesa verga y jugaba con sus pelotas. En un punto me hizo detener mi mano y sólo indicó: – Cójeme -. No pude hacer sino obedecer, así que me puse en posición y poco a poco mi verga se fue deslizando dentro de él. Se quejó un poco pero entró completa. Me quedé inmóvil un momento para dar oportunidad a que se acostumbrara y comencé a moverme rítmicamente. Entre el sopor, el calorcito del agua y esa sensación de humedad entre nosotros fui yo ahora quien comenzó mordisquear y  a susurrar su nombre al oído mientras él gemía de placer. – Edgar, Edgar, Edgar…-. Mientras paseaba mis manos por su cuello, pecho, abdomen, su verga y sus piernas duras y masculinas. Se acomodó al ritmo de mis movimientos y a su vez él comenzó a moverse mientras tomaba mi mano para ponerla en su verga y – sin soltar ni verga ni mano – así llevarlo al clímax. – Ya vieneee – susurré en su oído y él de inmediato aumento su ritmo y apretó su ano para exprimirlo todo. En cuanto sintió mis espasmos y la explosión de mi leche en su interior, el soltó la suya en mi mano y ambos, entre susurros y gemidos nos entregamos a la mezcla de sensaciones. Se dio la vuelta, me arrancó el condón y se puso mi verga en la boca. Con mucha lentitud pasó su lengua para limpiar y sacar lo que quedaba de leche en mi y luego se levantó y me dio un beso largo y pausado mientras nuestros cuerpos se frotaban el uno al otro fundidos en un húmedo abrazo.

Yo te encontraré  de bañarnos y volvimos a mi cuarto. – Estuve muy a gusto – decía mientras nos vestíamos. – ¿Te gustaría repetirlo alguna vez? – le respondí mientras le extendía una nota con todos mis datos. – Claro que sí. Yo te encontraré cuando haya oportunidad.  – respondió mientras gentilmente rechazaba el papel. – Ahora me tengo que ir.

Dicho esto, mientras lo acompañaba en el ascensor rumbo a la planta baja para abrirle la puerta de la verja que daba a la calle, nos dimos otro beso y un apretado abrazo de despedida. Al llegar a la puerta, mientras sacaba la llave para abrirla, sólo dijo: – No es necesario. ¡Yo sabré encontrarte! ¡Buen día! -. Y simplemente corrió, saltó por encima de la verja, volteó, sonrió, me guiñó un ojo y se fue.

Más tarde, en la plática con los amigos, me di cuenta de que nadie lo vio cuando nos fuimos del antro ni cuando se fue por la mañana. La única prueba de su paso eran los condones que habíamos utilizado.

A la semana siguiente tuve que mudarme a otra ciudad por cuestiones de trabajo y desde entonces no lo volví a ver, pero como pueden leer, fue una noche inolvidable.

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