… O un hetero en territorio gay.

“¿Sabes lo que he pensado?, que vas a entrar tú solo“. Mi amigo me dice esto cuando estoy traspasando el umbral, me lo dice mientras me da una palmada y me hace sentir como un astronauta al que empujan fuera de la nave para un paseo espacial en la entrada de un agujero negro. Peor y sin metáfora: como a un periodista hetero que se mete por primera vez en un cuarto oscuro. En el cuarto oscuro más grande de Europa: el del Strong, en Madrid.

Javi, ese amigo, me había contado que este darkroom es bastante más amplio de lo habitual, con diversas zonas, distintos ambientes, sitios donde sentarse y hasta una sala de cine. Yo me había imaginado una especie de centro comercial, un lugar al que la gente va a pasar la tarde, ver una peli o a buscar algo de comida rápida.

Supongo que imaginar tal cosa era una forma de quitarme el canguelo. Un alivio. Una paja mental. Para un hombre hetero, un cuarto oscuro es un lugar con luces y sombras. Explico la paradoja: las luces, esa forma de practicar sexo sin compromiso tan supuestamente masculina; las sombras, que ese sexo es entre humanos masculinos y plurales y, además,obligatorio una vez se está dentro. Vamos, que uno entra Pérez Reverte y sale Oscar Wilde tal que en una edición para adultos del programa ‘Lluvia de  estrellas’. O eso suponemos desde fuera.

Ya estoy dentro. Y lo primero que percibo es que todo lo que imaginé era solo eso, imaginación. Fin de la paja mental. ¿Un centro comercial? Una leche. Esto parece una película de zombis. Un pasillo en penumbra lleno de puertas y de tíos junto a esas puertas, esperando a algo, mirando, casi olisqueando a los que pasamos por allí. Porque yo paso por allí. Con bastante sustito, tratando de fijarme en todo pero sin fijar la mirada en nadie no vaya a ser que se interprete como una invitación. Llego a percibir que todo el mundo está muy serio, como concentrado en algo.

Quizás sea en el ruido de mis pisadas. A cada paso que doy se me queda pegada media suela y se oye como si un grillo agonizase. Recuerdo otro aviso de Javi: “Hay una mezcla de olores, a mierda, a saliva, a semen”. Yo no huelo nada, me concentro en no caer al suelo. Sigo adelante,esquivando sombras. No es literatura, es que estoy acojonado. El sitio impresiona y uno no conoce las costumbres locales. No sé si alguien se me va a tirar al cuello y me va a meter en una de las cabinas. En el fondo, mi susto no es solo por lo sórdido del lugar ni porque alguien pueda meterme mano, sino porque descubran que soy un turista que viene a hacer un reportaje. Pero muy en el fondo.

Atravieso la zona de cabinas siguiendo a tíos que van como yo pero no a lo que yo. Llego al cine. La pantalla es chiquita pero juguetona. La emisión, porno gay muy hardcore. Hay tres hileras de sofás y un pelín más de luz que en el resto de las estancias. Solo un espectador. Se ve que aquí también afecta el tema de las descargas.

Sigo. Bajo la pantalla hay una puerta abierta a la oscuridad absoluta. He llegado al cuarto más oscuro del cuarto oscuro más grande de Europa. No veo un carajo pero percibo movimiento. De repente, una luz que se enciende un instante, como un flash. Y otra. Y otra. Esto también me lo habían contado, la gente prende mecheros para ver lo que hay, algunos usan móviles, incluso creo ver a uno que lleva una linternita, un profesional. Cada flashazo me provoca sensaciones encontradas: por un lado me da un susto de narices; por otro, me permite ver. Me hago el experto y uso el móvil en el modo antorcha. Veo que hay una última estancia. Entro. Negro sobre negro. En realidad, creo que es blanco sobre blanco y otros dos de parecido color que se tocan y tocan a los otros. Intento asomarme por encima de los  hombros de los contendientes no solo por curiosidad, sino por dar información. No soy el único. Las otras sombras que merodean en la sala hacen lo propio.

Nada, es un lío y no se ve un carajo. Querido lector, por resumir, son cuatro tíos follando. En el Strong, fuera de la zona oscura, el ambiente es el de una discoteca gay. Bueno, en realidad la música, techno, es un poco mejor y las tribus se mezclan más que en otros sitios. Pero se ven grupos de amigos que vienen a bailar y tomarse algo y, calentón mediante, a meterse un rato en el agujero negro. Es sábado, son las tres de la mañana y el Strong se empieza a llenar. Su cuarto oscuro también.

Sigo en lo más oscuro del cuarto oscuro con cuatro tíos dándose duro a mi izquierda. El silencio es  ensordecedor. Una de las cosas que más impresionan de la visita es la ausencia de ruido. Más allá del graznido de las zapatillas al pisar ese suelo pringoso, no se oye nada, ni gemidos, ni toses, ni saludos. Así que, callado como la perra en prácticas que soy, empiezo a desandar mi camino en este laberinto. Quizás sea por la hora o porque le voy cogiendo el truco, pero veo más acción. Dos que se besan y se tocan, un par que descansa en unos asientos como quien lo hace en un museo, varios que se meten la mano en la entrepierna, algunos que se meten con las entrepiernas de otros dentro de esas cabinas…

Estoy fuera. Superado el mito de la caverna, confirmo el supuesto: aquí se viene a fornicar y alrededores. Hasta ahora, todo según lo previsto. Pero he aprendido cosas que no sabía y que quiero compartir: el sexo, en cualquier de sus variantes, no se produce de forma aleatoria entre los asistentes. Como dice mi amigo Javi, homosexual pero no practicante de este juego de las tinieblas, es como un mercado de ganado. La diferencia es que aquí el género se elige a la luz de un mechero. Sé que al lector, llegado a este punto, le surgen un par de preguntas. ¿Me metí en todo lo negro y me fui sin que me entrara ni el Tato? ¿O acaso caí en las garras de un chulazo que me dio lo mío y lo del inglés entre las sombras?

Solo puedo decir una cosa: estuve en un cuarto oscuro y no vi la luz.

Origen: Todo lo que querías saber de un cuarto oscuro pero no te atrevías a… entrar | GQ

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